Siempre
me ha llamado la atención que en Chile se nombre como “nana” a una mujer que
trabaja como empleada doméstica o “tía” a la mujer que cocina en el comedor de alguna
escuela o universidad, también a la madre de algún amigo, pero creo que éste
último corresponde a otro tipo de nombramiento. De todos modos, siempre me costó
decirle “hola tía” a la mamá de alguna compañera que no era mi tía, y como
estudié en una escuela un poco de mierda, ese no-tía se convertía en otra raya
para la suma. A finales de los años ochenta, créame, no era facil en Chile
llamarse Mía a los diez años, menos aún con acento venezolano y siendo hija de
una madre pintora y soltera. Era espantosamente complicado ese saludo, hasta
que empecé a encontrar maravillosos grupos familiares y allí tuve que empezar a
llamar por su nombre a Silvia por ejemplo. Del portón hacia la calle de mi colegio común y corriente, aparecía un
pequeño mundo en el que encontraba a mis pares.
En
varias ocasiones he discutido sobre este eufemismo que no me gusta: “nana”, y
es increíble como la presencia de una memoria infantil impide comúnmente que
algunas personas reconozcan la doble vincularidad del término. Me gusta pensar
que es una especie de afecto culposo de clase. Y no hay nada de malo en
reconocer las culpas imbricadas con los afectos que una sociedad patriarcal,
racista y clasista, deposita en nuestras subjetividades. Creo incluso que éste
es un gesto saludable y que deberíamos empezar a llamar por su nombre a todos
los seres humanos, a todos los tipos de trabajo y, por supuesto, a todas las
expresiones de desigualdad y segregación. Bueno, si la desmesura del cariño la
o lo conduce hacia algún tipo de bautizo onomatopéyico, sea original y no use
el genérico “nana” por favor. Acuda a la fuerza de la creatividad que se
desprende del amor en todas sus manifestaciones, y sea peculiar.
Me
asombra esta libre conceptualización
del sentido común en torno a la palabra “nana”, que considero más que un
nombramiento un membrete, por varias razones, creo que la primera tiene que ver con la extrema
feminización del tipo de trabajo que se intenta borrar al nanear a una mujer ‘asesora
del hogar’. La figura del “nano” digamos que no es masiva. Las tareas de una
empleada doméstica, con o sin salario, no son únicamente hacer el aseo y
cocinar la comida, las labores de crianza comúnmente están incorporadas e invisibildadas en este
tipo de trabajo. Culpemos a los griegos de la Grecia Clásica que hicieron un
festín liberándose así mismos de las exigencias propias de la vida cotidiana!
Las
mujeres aún estamos condenadas, con alto grado de exclusividad, a estos oficios
y roles, lo que sucede es que en sociedades con fuertes rasgos segregacionistas
como la chilena, en los sectores con más dinero se externalizan algunos de los
quehaceres asociados comúmente a la población femenina. Y, seamos honestas, en
una sociedad de clases no es sólo la mujer que trabaja de empleada doméstica la
que extiende su rol de madre y de cuidadora del hogar hacia su lugar de trabajo
remunerado. La grave de todo esto es que en el Chile de hoy ser segregadas significa
compartir un cuerpo específico, un color de piel y una determinación biológica que
está amarrada a una condición socioeconómica. Segregación racial / sexual y de
clase. Aquí se insulta a los hombres diciéndoles ‘mamita’, ‘mujercita’, y ‘hueca’ como hace un par de días a Alex
Anwandter.
Vivimos en una sociedad habitada contradicciones
lógicas: blanca/negra, memoria/olvido,
pobre/rica; una especie de ‘binarismo cognitivo’ que a partir de un modelo
único hegemónico -propio del capitalismo- (hombre / blanco / occidental), ha
establecido que toda diferencia es un opuesto antagónico. Bla bla bla bla blá,
eso ya lo sabemos. Agregaría además, que la noción más básica de justicia
sugiere que allí donde todo tiene un precio, todo puede ser pagado. Supuestos instalados por grupos poderosos
y por supuesto minoritarios, que van siempre de la mano con aparatos religiosos
e intelectuales colonialistas, capaces de articular una racionalidad en virtud
de la cual hemos conocido el horror. Cuando el orden biológico se instala como
un argumento político, aparece el campo de concentración y el exterminio.
Sigo
haciendo libres asociaciones entre trabajo y género, e intento buscar trabajos
mal pagados que sean mayoritariamente de hombres. Se me ocurren los zapateros,
basureros y los bomberos que son voluntarios … ¿?. Y todo a propósito de la
extraña ‘agresión’ que vivió Ana Tijoux, a quien considero una hermana, en un
festival (Lollapalooza) que vendió entradas entre 100 y 450 dólares,
en un país en el cual el salario mínimo es de 378 USD.
‘Cara de nana’ le gritaron mientras cantaba en el escenario principal…. ¿Y qué hacía el resto el público?, ¿Alguien dijo
algo?
La verdad es que no dejo sorprenderme y a
la vez de aterrorizarme un poco, porque en esa situación son los rasgos indígenas
que Ana tiene los que hicieron únicamente alguien recordara
a la mujer que lo crió, y creyera que la forma en que la ha nombrado durante -vaya
una a saber cuántos años-, sea un insulto. Lejos de pasiones proselitistas, la
idea que la pobreza tenga un genotipo (‘el rostro del pueblo pobre’) me parece
espeluznante, tanto como disfrazar a los niños de revolucionarios con una M16.
Recuerdo las palabras de Roxana Miranda:
“Hemos criado a sus hijos, hemos
lavado sus ropas y hemos limpiado sus casas para que ustedes puedan estudiar,
tener trabajos dignos y ser nuestras autoridades. Pero nos han traicionado”, y me imagino a ese rubio/rubia desaforado
gritando. ¿Era rubio?
Entonces luego pienso que nadie anda por la calle,
o por los festivales, gritando como supuestos insultos: ‘cara de basurero’, ‘cara
de zapatero’, ‘cara de bombero’ (podría hacer una lista interminable de
trabajos mal pagados en Chile, agregaría profesora claramente, pero busco el
cruce con el género). Tampoco encuentro muchos más eufemismos, menos aún si se
trata de algún trabajo típicamente masculino. Y como resultado de mis fugaces
búsquedas de pronto aparece, y veo contundente, el pastiche cerebroafectivo y doblevincular
del rubio que grita. Y me estremece la cagada de futuro que tenemos si la clase
que está en el poder se sigue reproduciendo ahí mismo, accediendo a la ‘mejor’
educación, salud y alimentación / calidad de vida, en un lugar en el que todo
está privatizado.
Y aunque humana e inteligentemente Ana no se
sintió insultada porque le han dicho empleada doméstica, porque es un trabajo
que valora y ejerce criando y cuidando a su familia, lo que sucedió es un acto
de violencia machista. Vaya a su memoria y busque algún cantor hombre chileno
que tenga rasgos de pobre o de indígena y que pueda vivir de la música, que le
hayan gritado ‘cara de nana’ mientras estaba trabajando. Yo, no encuentro.